Cuando un domicilio abre su puerta sale con ternura el calor de las estufas
o la calefacción y la calidez de los comensales, pero no deja que se escape la
esencia, sí, esa esencia, la del arte en casa. Las conversaciones fluyen,
vuelan y se sostienen, dejan que la atmósfera del hogar se traslade a los
invitados. Se doblan las palabras convertidas en un albornoz de origami. Ellas
no ven. Ellos no ven. Nadie ve. No hacen falta ojos, solo un poco de
exploración multisensorial: se puede oír cocina naturista, acariciar el torso
desnudo de un recital poético, saborear un delicioso cortometraje, oler las
cuerdillas del ukelele rozando el paladar, suave, muy suave, muy hermoso.
Bailar con dos velas en la mano. Descansar en un sofá de piedra de finales del
Paleolítico. Decir lo que nos apetezca...
Que salgan de los anfitriones unas lenguas gigantes que se entrelacen con
las lenguas de todos los indigentes:
¡SÍ, QUE ENTREN TODOS, QUE NO
QUEDE NINGUNO FUERA!
En fin, usar un único idioma, un idioma global que abarque todo nuestro
patrimonio, un idioma intuitivo, un idioma concreto: El de la
III
Edición del Festival de Andar por Casa. Brindemos por que quede poco,
brindemos con la mano soldada a las puertas de nuestras casas para abrirlas
velozmente a todos aquellos que pronuncien nuestro nombre más de cien veces.